En el ámbito romano, los ritos religiosos en los que el baile constituía un elemento principal se iniciaron a la manera de los griegos, aunque a continuación degeneraron para convertirse en las llamadas danzas orgiásticas, que eran características de las fiestas de Baco, las bacanales. Con la aparición y consolidación del cristianismo se produjo una radical remisión de este tipo de manifestaciones, que prácticamente desaparecieron, si bien la danza popular se introdujo progresivamente en las celebraciones cristianas, incluso en el interior de los templos.
La historia de la danza romana se puede dividir en tres secciones:
La primera comprende el antiguo período romano, y en ella tenemos: Las danzas corales de los hombres de ciertas corporaciones, las procesiones primaverales de los sacerdotes de la siembra, las danzas de armas de los guerreros y de los sacerdotes de Marte o Salii, que equivale a saltantes o danzarines. Su danza se llamo Tripodium porque repetían en grupos de tres golpes.
La segunda sección comienza en el año 200 A.C. Se introduce la coreografía griega y la etrusca. La danza asume un papel más importante en la vida pública y se pone de moda en la vida privada. La danza se erige en un requisito social. Roma había sido conquistada por este arte.
La tercera sección abarca el Imperio. La configura la dominación de la danza etrusca, griega y oriental, y especialmente la pantomima griega, la acción dramática sin palabras, que dominaron con extraordinaria claridad. Tanto en Oriente como en Roma el mito se concibe y se muestra como danza. El bailarín debe conocer la historia y dentro de ella estar familiarizado con cada detalle. Cada escena debe ser inteligible sin la ayuda de intérpretes. Los romanos, que tenían poca inclinación o aptitud para la danza, se daban a la diversión de las danzas imitativas con entusiasmo, aunque sin participación.
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